“Hemos sabido
quiénes falsifican. Artistas no tan reconocidos y artistas reconocidos
también.”
Guadalupe Rivera
Marín sabe muy bien de lo que habla. Hija de Diego Rivera, uno de los artistas
mexicanos más conocidos en todo el mundo, y también más falsificados, la
presidenta de la fundación que lleva el nombre de su padre se ha topado con
muchos falsos en su vida. “Hemos sabido quiénes falsifican. Artistas no tan
reconocidos y artistas reconocidos también.”
Guadalupe Rivera
Marín sabe muy bien de lo que habla. Hija de Diego Rivera, uno de los artistas
mexicanos más conocidos en todo el mundo, y también más falsificados, la
presidenta de la fundación que lleva el nombre de su padre se ha topado con
muchos falsos en su vida.
Doctora en
derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), mide muy bien
sus palabras; sabe que no puede dar más datos cuando afirma que: “Aquí sabemos
en dónde está el taller, y se conoce y todo. Pero todo el mundo se hace tonto.”
Y va más allá: “Hay redes, desde el lugar en donde hacen los falsos, se sabe
quienes los hacen, quienes los negocian de primera mano, quienes los llevan
después a una galería para que tenga un sello de autentificación, etcétera.”
Guadalupe voltea
a ver una foto en blanco y negro, casi sepia, que cuelga en la pared amarilla
de la oficina de la Fundación Diego Rivera en Coyoacán. “Ahí estoy yo, con mi
mamá y mi papá”. Los ojos le brillan, los labios se le tensan; está
evidentemente emocionada: “Cuando nací, mi madre se iba al mercado y a esa edad
me dejaba en las rodillas de mi papá… Y mi papá pintando y yo en las rodillas,
¿cree usted que yo no puedo distinguir el trazo de una obra de mi papá?”
Se hace el
silencio. Lupe toma un trago del exquisito café que como buena anfitriona ha
ofrecido a la reportera, hace una pausa y continúa: “En Cuernavaca, nada más,
ya me han pedido que vea yo, y he visto tres obras falsas de mi papá. Cuadros,
no dibujos, cuadros.”
Pero, ¿por qué
nadie denuncia a los falsificadores?, ¿por qué siguen apareciendo casos
escandalosos de falsificaciones, a veces demasiado obvias como para no notarse?
Vacío en la
legislación mexicana
De agosto de
2000 al mismo mes de 2011, tan sólo una casa de subastas en la Ciudad de
México, la de Rafael Matos Moctezuma, recibió un total de mil 683 obras falsas.
De ellas, 239 eran de Diego Rivera.
La casa de
subastas está en la Ciudad de México, en la calle de Leibniz, muy cerca de
Mariano Escobedo, en Polanco. Detrás de la fachada pintada en azul claro,
Rafael Matos Moctezuma, el perito valuador de arte más reconocido de México,
guarda muchos originales y otros tantos falsos que, por diversos motivos, han
llegado a sus manos: “Una, para pedirme mi opinión sobre su autenticidad; otra,
para que nosotros lo pongamos a la venta, como casa subastadora que somos, y
puede ser también el caso, y a veces se da, en que los traen para que yo los
oriente porque se los están vendiendo”.
A pesar de ser
toda una autoridad en el mundo del arte en México, Matos es un hombre alegre,
bromista. Una de sus frases favoritas, cuando relata anécdotas de quienes le
vienen a ofrecer falsos es: “No me chingues”.
Pero se pone muy
serio cuando se le pregunta por qué prolifera con tanta impunidad la
falsificación de arte en México: “El gran problema, desde el punto de vista
legal, es que yo puedo, es mi derecho, copiar… si yo tengo aquí un cuadro de
Diego Rivera es mi potestad ponerme a copiarlo. La bronca está en si yo hago
una venta de esa pieza”.
Pero aún en este
caso, el delito que se comete es el de fraude, coincide la crítica de arte e
investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, Teresa del
Conde, y sólo se persigue si el afectado presenta una demanda, cosa que, según
Guadalupe Rivera Marín, nunca, o casi nunca, sucede: “No conozco a nadie que
después de comprar un falso quiera denunciar porque pasa por tonto. Si a usted
le venden un falso, usted lo compra, lo cuelga en la pared de su casa, y luego
le dicen: “Oye, este es un falso”. Y usted responderá: “No, no es falso. Es
auténtico”. Y por nada del mundo va a aceptar que es falso. Es tanto como
reconocer que le tomaron el pelo”.
Por si fuera
poco, y a pesar de su reconocimiento como perito valuador de obras de arte, el
mismo Rafael Matos Moctezuma admite que no se atreve a dictaminar que una obra
es falsa: “Yo digo que no puedo avalar su autoría, nada más. Porque si no
entonces viene la demanda porque “usted dijo que era falso y me hizo un mal
patrimonial”… No, yo nada más digo que no lo puedo avalar”.
Si a esto le
sumamos el hecho de que los costos de hacer un falso son mínimos, en
comparación con la ganancia que se obtiene si éste se vende, la falsificación,
en México, es un negocio redondo.
Cincuenta y tres
obras de Anguiano por 40 mil dólares
En abril de
2006, la coleccionista y crítica de arte Reyna Henaine encontró seis obras
falsas de Raúl Anguiano en una casa de subastas de la Ciudad de México. Los
propietarios de la obra le mostraron a la viuda del artista, Brigita Anguiano,
un grupo de 53 obras que habían comprado por 40 mil dólares. La señora Anguiano
determinó que las obras eran falsas e informó de ello a la casa de subastas, a
los propietarios y a la prensa.
Brigita Anguiano
solicitó entonces a Reyna Henaine y a Lance Arón, también investigador y
crítico de arte, experto en la obra de David Alfaro Siquieros, que presentaran
a Sari Bermúdez, entonces presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes (Conaculta), los casos recientes de falsificación de obras de Anguiano y
de Siqueiros.
A partir de esta
reunión se convocó a un grupo de trabajo que resumió sus conclusiones en el
documento llamado: Manifiesto dirigido al pueblo de México para proteger el
Patrimonio Artístico de la Nación contra la Falsificación de Obras de Arte y
los Abusos en el Ejercicio de los Derechos de Autor.
En enero de
2007, el manifiesto fue firmado por Alí Chumacero, Andrés Henestrosa, Carlos
Monsiváis, Carlos Montemayor, Alberto Ruy Sánchez, los pintores Arnaldo Coen y
Jorge Marín, los coleccionistas Lance Aaron, Andrés Blaisten y Ricardo Pérez
Escamilla, críticos como Juan Coronel Rivera, Olivier Debroise e Irene Herner,
y directores de las casas subastadoras Luis C Morton, Rafael Matos Moctezuma y
Juan Francisco Matos, entre otros.
El manifiesto se
entregó al siguiente presidente de Conaculta, Sergio Vela.
A partir de
entonces, en el sitio oficial de Raúl Anguiano (www.raulanguiano.org) hay un link titulado
Lucha contra las falsificaciones, cuyo es objetivo prevenir a futuros
compradores de caer en las garras de este tipo de fraude.
Según este sitio
web, en el delito de falsificación intervienen artistas falsificadores,
dealers, galerías, casas de subastas y hasta funcionarios que se hacen de la
vista gorda a cambio de grandes beneficios económicos.
Sin embargo, los escándalos por falsificaciones son
cada vez mayores.
Un carpintero
con un baúl de 800 millones de dólares
El 4 de agosto
de 2009, un grupo de galeristas, investigadores, coleccionistas y críticos,
como Pedro Diego Alvarado, Teresa del Conde, Mariana Pérez Amor, James Oles,
Hayden Herrera y Cristina Kahlo, publicó una carta abierta dirigida a las
autoridades de Conaculta, el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y el
Fideicomiso Museos Diego Rivera y Frida Kahlo, en la que manifestaba
“enérgicamente nuestra protesta y denuncia en contra de los autores y los
responsables de la publicación del catálogo titulado El Laberinto de Frida
Kahlo. Muerte, dolor y ambivalencia. Cartas ilustradas, dibujos y notas
íntimas, editada por el llamado Centro de Estudios del Arte Mexicano
ubicado en San Miguel de Allende, Guanajuato, en el año 2008, y publicada en
los Estados Unidos bajo el título de Finding Frida Kahlo: Diaries, Letters,
Recipes, Notes, Sketches, Stuffed Birds, and Other Newly Discovered Keepsakes, escrita
por Stephen Jaycox, editada recientemente por Princeton Architectural Press”.
Los firmantes
afirmaban que: “Toda la documentación y obras reproducidas en dichas
publicaciones ha sido considerada y determinada por los más experimentados y
acuciosos investigadores de la obra de FRIDA KAHLO como FALSA”.
En septiembre de
2009, sólo un mes después de la carta abierta, el Fideicomiso de los Museos
Diego Rivera y Frida Kahlo presentó una denuncia formal ante la PGR “en contra
de quien o quienes resulten responsables por conductas que pudieran ser
constitutivas de delitos del orden federal”.
Los miembros del
Fideicomismo, que preside Carlos García Ponce, dirige Carlos Phillips Olmedo, y
cuya secretaria vitalicia es Guadalupe Rivera Marín, sustentaban su demanda en
que:
“Mediante
decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación el 18 de julio
de 1984, se declaró monumento artístico toda la obra de la artista mexicana
Frida Kahlo Calderón, por lo que quedó protegida por la Ley Federal Sobre
Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos, respecto de su
conservación, restauración, comercialización, reproducción y exportación, lo
cual se considera de utilidad pública, de acuerdo a lo dispuesto por la citada
Ley”.
Según la nota
periodística publicada en el portal web Terra el 10 de junio de 2011:
“El Ministerio Público solicitó al INBA el 17 de marzo de 2010 que designara un
perito en materia de arte para determinar si las obras relacionadas con la
indagatoria PGR/DDF/SPE-XXVII/4396/09-09 eran auténticas.
El Instituto
contestó el 8 de abril que no contaba ‘con personal calificado para realizar el
dictamen’ y sugirió acudir a los peritos reconocidos por el Poder Judicial de
la Federación, en particular, a Rafael Matos Moctezuma”.
Finalmente, la
PGR resolvió el no ejercicio de la acción penal contra los Noyola Fernández, ya
que, según su dictamen: “los delegados fiduciarios del Banco de México jamás
nos han acreditado que las obras sean monumento histórico o artístico… por lo
que resulta procedente el no ejercicio de la acción penal por hechos no
constitutivos de delito”.
El origen de
esta historia se sitúa en 2005, cuando la fortuna pareció sonreír a los
galeristas Carlos Eduardo Noyola Fuentes y Leticia Fernández. A través de un
intermediario, que llegó a su galería ubicada en la calzada de La Aurora S/N,
en San Miguel de Allende, Guanajuato, el ebanista Abraham Jiménez López les
ofreció un baúl que contenía mil 200 obras, entre dibujos, recados, cartas y
bocetos, que según él, Frida Kahlo le había regalado como pago a sus servicios
de carpintería.
Los Noyola
Fernández le compraron la historia, y con ella el baúl. Con esta “colección” se
editaron dos libros, uno en español y el otro en inglés, avalado
nada menos que
por la Universidad de Princeton, una de las más prestigiosas de Estados Unidos
y del mundo.
Cuando el grupo
de conocedores del arte publicó su carta abierta, y después de que el
Fideicomiso entabló su propia demanda, se logró retirar de circulación los
libros impresos en Guanajuato, no así los de Princeton. En el portal de Amazon
se ofrece todavía el libro a un precio reducido de 50 a 35.15 dólares.
Sin embargo, las obras no han sido destruidas y los
Noyola Fernández insisten en su autenticidad, a pesar de que especialistas en
la obra de Kahlo, como la misma Teresa del Conde, insisten en su falsedad:
“Desde el principio se vio que es muy difícil, o imposible, autentificar esas
obras como originales de Frida Kahlo porque no lo son,” dice, convencida, Del
Conde.
La voz de
Guadalupe Rivera Marín se torna más aguda cuando expone sus propios argumentos
para asegurar que esas obras son falsas: “Mire, yo viví con mi papá y Frida en
la Casa Azul. Viví con ellos una larga temporada, y le juro que ese señor que
dice que es el carpintero jamás vivió en esa casa. El carpintero que vivía ahí
era una persona humilde, como los que hay en todos los pueblitos y que todavía
aquí los encuentra aquí en Coyoacán. Mi padre les dejó un cuartito que había
por la calle de Allende, y en esos cuartitos vivían el carpintero y su esposa.
¿Por qué? Porque mi papá y Frida, sobre todo mi papá, trabajaba y le gustaba
que sus telas se montaran inmediatamente. Le gustaba tener el material a la
mano, no tener que ir a buscar a un carpintero que le hiciera los marcos.
Bueno, cuando me enseñaron el libro (Finding Frida Kahlo) y la foto del
que dijeron que era el carpintero al que Frida le había regalado toda esa obra
les dije: “Bueno, pero están materialmente locos”. La gente que quiere hacer
pasar a este individuo por el carpintero que vivía ahí. Es decir, es la prueba
más fehaciente de la falsedad del asunto. Le ponen a un señor ahí muy elegante
con cachucha española. ¿Cuál carpintero había en Coyoacán con esa pinta de
español, de gachupín? Absurdo..”.
Pero, dado que
en lo que respecta al arte hay mucho de subjetivo, ¿cómo saber, más allá de una
simple apreciación visual, que una obra es falsa?
Teresa del Conde
responde que hay métodos científicos para comprobarlo: “Elementos técnicos:
edad de los pigmentos y del lienzo, caligrafía en el caso de escrituras,
enunciados o leyendas; confirmar si la firma está integrada o no al soporte.
Elementos estéticos: los artistas suelen tener lo que llamamos “estilo”, aunque
éste fluctúa mucho a lo largo de sus trayectorias; sin embargo, hay algunas
constantes que suelen mantenerse. Hay también en muchas de las falsificaciones
rasgos aberrantes respecto al artista que se trató de falsificar, sea en cuanto
a iconografía que en cuanto a manejo de materiales o rasgos secundarios. Sin
embargo, hay ocasiones en que ni así puede determinarse con absoluta
certeza la autenticidad o inautenticidad de una pieza. Conviene mucho leer los
tratados sobre falsificación, los hay en varios idiomas”.
Rafael Matos
Moctezuma insiste en que, cuando existe la duda, es indispensable convocar a un
cuerpo colegiado de expertos: “muchas veces el órgano colegiado sugiere que se
haga un estudio de pigmentos, que se haga un estudio de tela. Estos estudios de
pigmentos y de tela los hacen en la UNAM, hay aparatos, algunas personas se
dedican a hacerlos. Nada más van a establecer si esos pigmentos son de la
época, en que se supone que se realizó la obra, no van a decir si la realizó
fulanito, fulanita”.
El estudio de
edad de pigmentos sólo es concluyente cuando arroja un resultado negativo; es
decir, si la pintura que se utilizó no existía en la época en que vivió y
trabajó el artista que supuestamente realizó la obra, porque entonces es
imposible que la haya hecho. Pero si el resultado es positivo, se abre una
posibilidad más: que sea una pieza contemporánea del artista a la que se le
atribuye, aunque no necesariamente sea de su autoría.
Así que, para no
apoyar todo el diagnóstico de autentificación en los elementos técnicos,
Avelina Lésper, crítica de arte, sugiere tomar en cuenta otros aspectos: “Se
hace una investigación histórica, se rastrea la vida de la pieza, de dónde
viene, cómo la obtuvieron, en qué época del artista se realizó y si el tema y
el estilo corresponden a ese momento”.
Y vuelve al tema
de las obras apócrifas de la colección de los Noyola Fernández: “Por ejemplo,
en el caso de Frida Kahlo hablar de mil 200 obras y objetos es más de una vida,
son dos vidas, de una persona que a los seis años contrajo la polio, sufrió
accidentes y siguió toda su existencia enferma, y murió a lo 47 años, por
fuerza tuvo una producción muy limitada”.
Guadalupe Rivera
Marín apunta un dato preciso: “Están catalogados, entre cartas, recados,
letras, mensajes, lo que usted quiera y mande, y cuadros, 420 obras de Frida.
En toda su vida. Es lo que está catalogado, por lo que se encontró en la Casa
Azul, por lo que está en los museos, por lo que es absolutamente cierto que es
obra de ella”.
La mezcla de
elementos característicos de la obra del artista, dispuestos en un orden
distinto o descontextualizado también es una “señal” de que una obra puede ser
falsa. Dice Avelina Lésper:
“Si ves las
piezas, están en el libro Finding Frida Kahlo de Barbara Levine, las
pinturas son copias de elementos de Frida mezclados con otros, que es un método
recurrente en la falsificación. Los otros objetos son memorabilia y souvenirs,
postales y cartas que ella envío, y por una ilógica circunstancia, ella misma
se supone que conserva”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario