jueves, 3 de diciembre de 2020

 



Junto a galerías y expositores de nuestra edición 2020, ZONAMACO reitera su apoyo al ámbito cultural y a artistas de distintas disciplinas a través de la difusión de su trabajo. A partir de este comunicado, le invitamos a conocer exclusivas obras a la venta, así como a visitar exposiciones en línea de algunas de las galerías participantes.

Descubre ....
Una selección de obras destacadas por las galerías





martes, 1 de diciembre de 2020

 2021 Expo



he Pandemic Circle
December 1, 2020 - January 31, 2021
Watch here

Stamps Gallery presents an online exhibition and screening of new videos by Raqs Media Collective, commissioned by Stamps Gallery and presented in partnership with EXPO CHICAGO. The films, twentyfourbyseven (7 mins, video, calligraphy, text, animation, 2020) and Why do they call the answer to a question, a solution? (12 minutes, video, spoken word, 2020) complete The Pandemic Circle that Raqs Media Collective embarked upon with their recent video 31 Days, released in summer 2020. Together, this suite of poignant and poetic videos grapple with the pervasive and dispersed impact on daily routines and relationships in the age of the Coronavirus. 

The videos are live today on the EXPO CHICAGO programming micrositeStamps website, and the Stamps Youtube channel, and will be available to watch until January 31, 2021. 

  La galería Le Laboratoire se complace en presentar { insula }, muestra colectiva que concentra y confronta obras principalmente realizadas durante el periodo de confinamiento. 

La exposición estará abierta, a partir del martes 8 de diciembre, bajo previa cita, respetando las medidas recomendadas por las autoridades sanitarias.



georgina bringas  /  tomas casademunt  /  julien devaux  /  gabriela gutiérrez ovalle

ilan lieberman  /  césar martinez silva  /  mario núñez  /  michael nyman  /  roberto rébora

 manuel rocha iturbide  /  enrique rosas  /  guillermo santamarina  /  roberto turnbull





***



La ínsula (o corteza insular) es una estructura del cerebro humano ubicada en la profundidad de la parte lateral del cerebro.  El lóbulo de la ínsula sirve como un centro de red, que integra información a través de subregiones. La ínsula es una de estas subregiónes populares en neurociencia cognitiva, y se ha estudiado su papel en la toma de decisiones, el procesamiento emocional y la atención.



¿Quién es consciente del tumulto interior que surge dentro de nosotros y la explosión de sustancias que nos golpean cuando estamos enfrente de una obra de arte ? Quien realiza que despierta muchos neurotransmisores y analgésicos en nuestro cerebro ?

El informe de la Organización Mundial de la Salud publicado el 11 de noviembre 2019,  basado en las evidencias de más de 900 publicaciones, confirma que el arte puede ser beneficioso para la salud, tanto física como mental. Puede tratar, entre otros cosas, complicados problemas de salud como la diabetes, la obesidad y las enfermedades mentales. Ir a museos y conciertos, bailar, cantar ofrece un factor adicional sobre cómo podemos mejorar la salud física y mental. Se ha descubierto, por ejemplo, que practicar actividades artísticas reduce los efectos secundarios del tratamiento contra el cáncer, entre los que incluyen la somnolencia, la insuficiencia respiratoria y las náuseas.  Se ha demostrado, por otra parte, que bailar proporciona mejoras clínicamente significativas en las funciones motrices para las personas con la enfermedad de Parkinson.          

En su ultimo libro “El Arte que cura”Pierre Lemarquis, neurólogo y experto  en medicina china, analiza los lazos existentes entre el cerebro y el arte, recorriendo tanto los arcanos como los desvíos, ya comprobados, de un placer conocido como "empatía estética”.

En una entrevista al periódico Le Monde del 22 de octubre 2020, Lemarquis afirma: “El cerebro tiene dos funciones. Nos permite seguir vivos y nos da ganas de vivir. Estos dos sistemas son complementarios y necesarios. Una computadora nunca podrá reemplazarlo. Una obra de arte aborda ambas facultades de nuestro cerebro. Ella lo esculpe, mostrándole lo que no sabe. Ella lo acaricia, dándole placer y recompensa. Este fenómeno ha sido ampliamente estudiado en la música, y hemos demostrado que también opera en el campo de las artes visuales.” 

Esta comprobado que al observar una obra de arte que nos “gusta”, el estrés disminuye porque su producción de cortisol (la hormona que se usa para despertarse por la mañana y actuar) disminuye. El corazón late con menos rapidezel cuerpo se relaja, mientras que el cerebro (por placer y recompensa) secreta dopamina (la hormona de la alegría por la vida). Más aún, las endorfinas (que dan la impresión de bienestar) y la oxitocina (hormona del apego y el amor), sobre las cuales se ha demostrado su efecto cuando uno escucha música - podría, por extensión, ser parte del arsenal químico que se despliega en nosotros frente a una obra de arte.

Unos ejemplos: desde el 2018, médicos canadienses aconsejan a sus pacientes que sufren depresión, diabetes o enfermedades crónicas visitar museos y galerías, con fines terapéuticos. Dicha iniciativa, impulsado por el Museo de Bellas Artes de Montréal y la asociación Médicos Francófonos de Canada (MFDC)  le da la posibilidad a los pacientes de visitar gratuitamente dicho museo, con su “receta museal”.  En Paris, algunos médicos del Instituto de Cardiología Pitié-Salpêtrière pueden recetar también visitas a museos.  En el hospital Lyon-Sud, los pacientes que lo deseen pueden elegir una obra para colgarla en su habitación. De la misma manera que un libro puede hacer tanto bien como un antidepresivo, algo a lo que aferrarse en momentos de sufrimiento proporciona el equilibrio necesario para la curación. En la actualidad, varios países están estudiando planes de prescripción artística y social.

Los museos y galerías de arte son espacios privilegiados de la empatía estética, que llevan más allá de sí mismo. "El filosofo alemán Robert Vischer (inventor de la simpatía estética o empatía) explicó el sentimiento que se experimenta frente a una obra”, recuerda Pierre Lemarquis, compartiendo la convicción de que “todo el mundo se convierte en la obra que observa”. Cualquier sea su percepción _sensible, química o cognitiva_ se siente y se experimenta a si mismo.  

En el caso especifico de las artes visuales, Lemarquis afirma que la activación inicial se refiere a la zona posterior del cerebro (lóbulo occipital), que descifra la información visual (forma, colores, etc.). Un área cercana que detecta información "biológica" se activa cuando se trata de arte figurativo: en el caso de la Mona Lisa, nuestros cerebros reaccionan como si nos encontráramos con una Mona Lisa real. Para el arte no figurativo, nuestro cerebro reproduce los gestos del artista, los trazos de un cúter en un lienzo de Lucio Fontana, por ejemplo. 

Cuando volvemos a ver la misma obra, el fenómeno evoluciona: colgado en la pared de nuestra casa, el objeto adquiere una dimensión intima; después de la seducción (o del temblor interior) inicial, se instala cierto apego y te conviertes un poco en la obra con la que vives, que se transforma a su imagen (y viceversa). Muchos mensajes pueden descodificarse sin llegar necesariamente a la conciencia. Lo que circula entre el espectador y la obra es lo esencial y constituye la esencia misma del camino. 

“En este período de encierro en particular, _dice Lemarquis_ el cerebro recibe bien la información, pero de forma atenuada como en una comunicación a distancia (¡o en caso de distanciamiento social!). Tienes que confiar en tu imaginación y tus recuerdos para que surjan nuevas historias, para que un nuevo Decameron emerja del confinamiento, como durante la Peste Negra en Florencia alrededor de 1350.“



martes, 3 de noviembre de 2020

  Noviembre 2020

IMSS Madona     IMSS Madona - Federico Cantú





 

Por mas de dos década la Colección de Arte Cantú y de Teresa, se ha dado a la tarea de compartir el conocimiento y la investigaciones de nuevos hallazgo en el arte , sin duda y como hilo conductor seguimos un camino tasado por en la Mexicana de Pintura y Escultura y sus lazos indiscutibles con al escuela de Paris. Esta investigaciones que convertimos en curadurías , van sumando imágenes textos que se transforman en publicaciones y testimonios que enriquecen el acerbo que compartimos . El dia de hoy nos toca exponer una de las obras icónicas de Federico Cantú  “ LA Madona IMSS “




 

INBAL- Salón de la Plástica Mexicana , Museo casa Estudio Federico & Elsa  y Colección de Arte Cantú Y de Teresa se honran en compartir esta publicación .

 

Adolfo Cantú

CYDT Collection





 Octubre 2020


Charla Memoralia- Federico Cantú


pinacotecadenuevoleon







 

Los nuevos tiempos nos llevan a tomar caminos mas versátiles , donde la tecnología y la comunicación se convierten en herramienta fundamental para mantener vivo nuestro entono en una sociedad cambiante: Es ahí donde la Colección de Arte Cantú Y de Teresa junto con Museos y dependencia Gubernamentales , se vinculan para compartir obras de arte y conocimiento . 

El pasado mes de octubre indicamos con al exposición Memoralia

En Pinacoteca  de Nuevo León , donde presentamos dos obras de Federico Cantú, seguida por la primera charla con el yema de la obra de Federico .






 

Gracias a el apoyo  de CONARTE y Pinacoteca de Nuevo León , nos dimos cita para la charla : Elvira Lozano de Todd ( directora de la Pinacoteca ) , Gerardo Puertas ( director de la Fundación ( JGGP ) y Adolfo Cantú ; director de la colección de arte ( CYDT.

Sin duda el poder compartir testimonios y pasajes  de la vida de l artista y su entorno , permiten enriquecer el conocimiento que por siempre engrandecerá a Sutra tierra del norte,

En hora buena por estos programas de arte.





 

Adolfo Cantú

CYDT Collection



 

martes, 6 de octubre de 2020

   

Philippe Le Bas, né le 17 juin 1794 à Paris où il est mort le 16 mai 1860, est un hellénisteépigraphistearchéologue et traducteur françaisMaître de conférences à l’École normale supérieure, responsable de la bibliothèque de la Sorbonne, membre de l'Académie des inscriptions et belles-lettres, président de l'Institut de France, il est surtout connu comme le précepteur de Napoléon III.

 

A su regreso Le Bas pasó a trabajar en la biblioteca de la Sorbona (3 de diciembre de 1844) y el 20 de noviembre de 1846 lo nombraron administrador de la misma, cargo que desempeñó hasta 1860.

Bajo la Segunda República fue elegido concejal de París (4 de julio de 1848). Siendo vicepresidente de la Asociación Demócrata de Amigos de la Constitución, se opuso al golpe de estado del 2 de diciembre de 1851 de Napoleón III; pese a todo, mantuvo buenas relaciones con su antiguo discípulo, rechazando sin embargo todo favor de su parte. Elegido el 9 de febrero de 1838 para la Academia de Inscripciones y Bellas Letras, se convirtió en presidente del Instituto de Franciaen 1858. También fue miembro de la Comisión de Obras Históricas y Científicas (1848-1849) y presidió la Sociedad Nacional de Comerciantes de Antigüedades de Francia. Es reconocido además como autor de ediciones y traducciones del griego antiguo, así como del alemán al francés.

Philippe Le Bas se casó con su prima Edmée-Louise-Clémence Duplay. Tuvo dos hijos ilegítimos con Mare-Madelaine-Adèle Grujon: Léon Grujon Le Bas (1834-1907), director del hospital de la Salpêtrière y Caballero de la Legión de Honor, y Clémence-Charlotte-Élizabeth Grujon Le Bas, nacida en 1836.

 


Philippe Le Bas (París18 de junio de 1794 - íd., 19 de mayo de 1860) fue un helenista, arqueólogo, epigrafista y traductor francés, profesor titular de la École Normale Supérieure, director de la Biblioteca de la Sorbona, miembro de la Academia de Inscripciones y Bellas Letras y presidente del Instituto de Francia, pero más conocido por haber sido el preceptor de Napoleón III.

 

Era el hijo único de Philippe Le Bas y Élisabeth Duplay, hija menor de Maurice Duplay, el casero de Maximilien de Robespierre en París. Philippe Le Bas tenía solo seis semanas cuando su padre se suicidó a la caída de Robespierre, el 9 de thermidor. Encarcelado con su madre, fue liberado cinco meses más tarde.





Se crio adorando los ideales republicanos de su padre, de Robespierre y de Saint-Just, y fue a los doce años al collège de Juilly, encomendado por su madre al padre Balland, salvado por el progenitor del chico durante el Terror. A los dieciséis (1810) se alistó en la Marina, sirviendo en un par de navíos, y en 1813 se convirtió en sargento de la Guardia Imperial, participando en las campañas de 1813 y 1814. Empleado bajo la Restauración en la oficina de hospicios de la Prefectura del Sena como secretario en jefe y luego como jefe adjunto, Le Bas, que había aprendido griego con Boissonade, fue seleccionado por la exreina de Holanda Hortensia de Beauharnais para convertirse en tutor del futuro Napoleón III.º. Se trasladaron entonces a Augsburgo y en 1823 acompañó a su alumno a Marienbad, donde este tomó las aguas. Luego, a fines de octubre, salieron de Augsburgo para Roma, a donde llegaron a mediados de noviembre. Esta estancia fue interrumpida en la primavera de 1824 por la muerte de Eugène de Beauharnais, y regresaron a Baviera para asistir al funeral. En octubre de 1827 fue brutalmente despedido por Hortensia con el pretexto de ahorrar dinero. De hecho, parece que esta decisión contaron no solo sus diferencias de opinión en cuanto a la educación del muchacho, sino también el pronunciado republicanismo de Le Bas y su austero puritanismo, que terminaron por aburrir a la madre.




Durante esta estancia en Roma como tutor de la familia de la exreina Hortensia, Le Bas se reunió con arqueólogos italianos y alemanes y de vuelta a Francia se licenció y doctoró en la facultad de letras de París (1829) y se convirtió en profesor de historia del Liceo Saint-Louis, puesto que cambió cuatro años más tarde por el de profesor de lengua y literatura griegas en la misma escuela (1834-1860).


domingo, 27 de septiembre de 2020

 Museo CYDT


Monterrey, Nuevo León, México.

17 de septiembre de 2020.






Templo a Cielo Abierto

Gerardo Puertas Gómez.

Mi madre me enseñó a rezar camino al kínder. Y al hacerlo, quizá sin darse cuenta, me mostró que la contemplación de la belleza puede conducir a la oración.

Cada mañana, mientras manejaba su automóvil de Norte a Sur por la Avenida San Pedro para llevarme al Colegio Labastida, ella pronunciaba y yo repetía oraciones, del Padre Nuestro al Ave María y del Salve al Gloria.


Así, entre rezo y rezo, comencé a apreciar el ondulante perfil de la Sierra Madre y a gozar, cotidianamente, de ese regalo de la naturaleza -y, para mí, de Dios- que representan las magníficas montañas que circundan el valle regiomontano.

He de confesar que, por aquel entonces, impulsados por la magia de la infancia, mis ojos me llevaban a imaginar, en los gigantescos árboles que se aprecian en la cresta de la “Eme”, interminables caravanas de viajantes que, provenientes de lejanas tierras, cruzaban por Monterrey en su incesante caminar hacia distantes horizontes. ¡Bendita sea por siempre la mirada de los niños!

Hacia mediodía, terminada la jornada escolar, mamá me esperaba invariablemente afuera de la reja del colegio y ella y yo, con frecuencia, caminábamos hacia el Templo de Fátima -en aquel tiempo una pequeña capilla de techo de madera ubicada en el cruce de Avenida Vasconcelos y Río Éufrates - a fin de asistir a misa.





Corría el año de 1964 y, en ese momento justamente, tenían lugar los trabajos del Concilio Vaticano II que llevarían, entre otros cambios, a una renovación de la liturgia católica.

Por aquel entonces la misa aún se realizaba en lengua latina y con el oficiante de espaldas a los feligreses. Muchas personas solían llevar al templo un pequeño libro llamado misal, que contenía el texto de los oficios en latín y en español, con el objeto de poder seguir en silencio el desarrollo de la celebración.

Como de esperarse, casi todos los niños -y seguramente no pocos adultos- tenían la mente en otra parte mientras transcurría la Eucaristía. Yo, por lo pronto, me aburría solemnemente con el murmullo ininteligible del sacerdote quien, a veces de pie y a veces hincado, estaba revestido por ropajes de hilos dorados, rodeado por humos de incienso y acompañado por el ocasional repique de una capanita producido por el monaguillo en turno.

Así que, para pasar el rato, yo me dedicaba a sacar del bolso de mi madre la cajetilla de cigarros mentolados Salem a fin de quitarle la tapa y transformarla -otra vez con mi imaginación- en un barco que, deslizándose suavemente por la banca de madera, me hacía navegar por mares infinitos hacia ignotas latitudes.

Hasta ahora mismo, al escribir estas líneas, me percato de una extraña coincidencia que encuentro muy reveladora. El rezo y la misa me producían el mismo impulso. En efecto, ya fuera por la cresta de la montaña unido a una caravana o por el respaldo de la banca a bordo de un navío, mi anhelo era uno solo: viajar. Quizá eso explique, al menos parcialmente, porque hasta la fecha soy un irredento “pata de perro”.



Y bueno, finalmente, ¿qué es la oración sino un vuelo del espíritu humano que anhela aproximarse al Misterio? Así que quizá yo no andaba tan perdido en mis juegos infantiles. Una vez más: ¡bendita sea por siempre la creatividad de los niños!

Pero después de este periplo discursivo, sin duda una forma más de viaje y de juego, hagamos un esfuerzo por entrar de lleno en materia. Hablemos de un objeto. Aunque, curiosamente, ese ejercicio nos lleve de nuevo a los viajes y a los juegos, a los rezos y a las misas.

En el Otoño de 2015, mi querido amigo Poncho me honró con la invitación a fungir como testigo de su matrimonio civil. Dicho enlace jurídico, la ceremonia religiosa y el banquete, tendrían lugar en San Miguel de Allende.

De modo que, una buena mañana, tomé el vuelo de TAR al aeropuerto de León para posteriormente, trasladarme por carretera a ese hermoso asentamiento virreinal situado en el corazón geográfico e histórico de la Patria Mexicana.

Por recomendación del contrayente me hospedé en el Hotel Nena, un agradable establecimiento boutique situado fuera del Centro de la ciudad, a unos cuantos pasos del reconocido hotel administrado por la cadena Rosewood.

Como suelo hacer cada vez que viajo, poco importa si estoy en McAllen o en Melbourne, tan pronto hago el registro en el hotel y dejo mis maletas en el cuarto, me lanzo a la calle a fin de aprovechar todo el tiempo disponible. Y eso fue justo lo que hice.

Caminé por las calles empedradas hacia la plaza principal, no sin antes detenerme -como me había indicado mi queridísimo amigo Amador- para conocer las instalaciones del Rosewood y subir a disfrutar la inolvidable panorámica de San Miguel El Grande que puede apreciarse desde la terraza de su bar.

Luego proseguí mi ruta, haciendo pausas aquí y allá, a fin de asomarme a algún patio o explorar alguna tienda. Fui naturalmente a la Parroquia de San Miguel Arcángel, para volver a admirar las pinturas murales obra del maestro Federico Cantú, célebre artista nacido en tierras nuevoleonesas. Visité la casa del capitán Ignacio Allende, el palacete del Mayorazgo de la Canal, el Templo de San Francisco y el Museo La Esquina, singular espacio consagrado al juguete popular mexicano fundado por la regiomontana Angélica Tijerina.




Había que decidir entre comer algo o seguir conociendo y, como también suelo hacer cuando estoy en un periplo, me decanté por lo segundo, recorriendo algunos de los muchos establecimientos que muestran toda la riqueza del arte popular mexicano.

Busqué “Los Baúles Remigio”, sucursal de la famosa casa fundada en Oaxaca por Remigio Mestas Revilla, que ofrece algunos los más selectos ejemplos del arte textil surgido de las culturas y de las manos de los pueblos originarios de México. Y, por supuesto, me enamoré de una pieza.

Seguí caminando y, de pronto, me topé sobre la Calle Cuna de Allende con un aparador bellamente decorado, que dejaba ver muebles y objetos decorativos de fino diseño mexicano.

El nombre de la galería no podía ser más evocador: “Marquesa de Mancera”. Nada más y nada menos que como doña Leonor Carreto, Virreina de la Nueva España, amiga y mecenas de la excelsa poeta Sor Juana Inés de la Cruz, esposa de don Antonio Álvarez de Toledo y Salazar, Marqués de Mancera y Virrey de estas tierras mesoamericanas.

Y, en dicha tienda, entre elementos de decoración y piezas vintage de arte popular, me topé sobre una mesa, flanqueada por dos lindas sillas de madera y mimbre decoradas con flores multicolores, con una encantadora capillita miniatura ante la que no pude menos que, literalmente, ponerme de rodillas en absorta contemplación.

Pero, más allá de la fascinación, me asaltó una multitud de dudas. No parecía de factura mexicana. ¿Dónde habría sido hecha? Denotaba ser vieja. ¿Pero sería antigua? Daba la impresión de tratarse de un mero divertimento. ¿Tendría acaso otra función?

Lo único evidente era que se trataba de un objeto especial. Una pieza única, como se dice con propiedad en estos casos. Y, sin duda alguna, una creación verdaderamente mágica, capaz de generar encantamiento en quien estuviese, como yo, dispuesto a posar sus ojos en ella con atención.

En un aconsejable pero inútil ejercicio de inexistentes aptitudes histriónicas, intenté guardar la compostura, “fingir demencia” y, sin mostrar mucho interés, preguntar por el origen y el precio de la capilla.

La persona encargada me indicó la suma y me dijo que, para mayor información, debía esperar a que regresara la propietaria del establecimiento. Su retorno no demoraría más de media hora.

Inquieto por el inesperado hallazgo, emprendí la marcha y, un poco para mitigar el hambre y un poco para calmar la emoción, entré en un local que ofrecía nieves artesanales.

Luego de tan deliciosa pausa, volví a la Galería. Regresé convencido de que la pieza tenía que ser mía. Pero había que superar cuatro escollos para alcanzar el objetivo: negociar y obtener un descuento; lograr que me separaran el objeto hasta el día siguiente sin depósito alguno; conseguir que asintieran al pago mediante cheque, pues no contaba yo con suficiente dinero en efectivo y no aceptaban tarjetas de crédito; y, habida cuenta de la delicadeza de la capillita, garantizar una manera en que pudiese llegar sana y salva a Monterrey.

Esperé unos minutos más hasta que, por fin, llegó al establecimiento su propietaria: Marina Fernández de Córdova, dama de nacionalidad española fundadora de ese bello espacio.

Comencé por expresarle que el objeto me gustaba mucho y que deseaba quedarme con él. Le pregunté por el origen y los antecedentes del mismo. Ella me dijo que no tenía la certeza de dónde, cuándo y para qué se había hecho la pieza, pero que la misma tenía una procedencia impecable, pues venía de la casa de descanso que tenía en San Miguel una reconocida fotógrafa de modas estadounidense recientemente fallecida.

Debo confesar que me asaltó la duda de si semejante historia no sería una mera construcción de la imaginación para darle mayor valor a la pieza. No es extraño que eso ocurra en el mundo de las cosas vintage o antiguas.

Pero los objetos hablan. Y, en este caso, no había duda alguna: la capilla hablaba por sí misma. Prometía una historia por descubrir. Además, claro está, tanto la dueña de la Galería, como el establecimiento mismo, denotaban ser confiables.

Acto seguido, hice los cuatro planteamientos antes indicados: descuento, separación sin depósito, pago mediante cheque y envío seguro a Nuevo León.





Para el primer punto, luego de no poca resistencia, Marina aceptó llamar por teléfono a la propietaria, quien vivía en los Estados Unidos de América. Después del segundo intento se logró comunicación. La dueña, sin embargo, no quiso reducir el precio.

Respecto de los dos siguientes temas, entregándole mi tarjeta de presentación, le expliqué que yo era un profesor de Derecho de Monterrey, que estaba en San Miguel solo por dos días para asistir a una boda y que debía volver ir al hotel de inmediato para arreglarme, diciéndole también que no contaba durante el viaje con suficiente numerario para liquidar en efectivo. La señora Fernández de Córdova, luego de cerciorarse de que yo conociera a dos o tres regiomontanos formulándome una serie de preguntas sobre de ellos, accedió a la separación y a la forma de pago.

Finalmente, acordamos que ella se quedaría con el objeto hasta que una amiga suya, que viajaba a Laredo con regularidad, pudiese transportarlo en su automóvil desde la tienda hasta mi casa.

A la mañana siguiente, minutos antes de la apertura de la Galería, estaba yo frente a sus puertas, presto a cumplir con mi parte de lo prometido. Así lo hice. Y llegó a mis manos la capilla miniatura.

La boda que me llevó a Guanajuato fue memorable. Narrar todos los detalles de la misma merecería una crónica completa. Dejo esa tarea para otra ocasión.

Baste decir que, tanto el matrimonio civil como el religioso, se llevaron a cabo en espacios singulares.

El primero se desarrolló en los jardines de una hermosa casa antigua propiedad de una acaudalada familia norteamericana, decorada con obras de arte, antigüedades y muestras selectas de arte popular mexicano.

El segundo tuvo lugar en el inigualable Santuario de Jesús Nazareno, localizado en Atotonilco, edificación novohispana barroca del siglo XVIII, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, que aloja magníficos murales obra del maestro Miguel Antonio Martínez de Pocasangre y espléndidos lienzos pintados por el maestro Juan Rodríguez Juárez. Haber tenido la oportunidad única de admirar esas creaciones, antes, durante y después de la Eucaristía, fue una experiencia inolvidable.

Hay que recordar, adicionalmente, que el referido Templo fue protagonista esencial en el arranque del movimiento insurgente con el que inicia la Guerra de Independencia, al haber sido el sitio de donde el cura don Miguel Hidalgo tomó el Estandarte de la Virgen de Guadalupe, que se convertiría en la primera bandera de la Patria.

Asistir a la celebración litúrgica y a la bendición nupcial, precisamente en un escenario de tan notable relevancia artística e histórica, representó una emoción estética y religiosa conmovedora. Y fue para mí, para decirlo en una frase, una confirmación más de que por el camino de la belleza puede llegarse a la oración.





Quiero apuntar finalmente que, durante el desarrollo de los oficios, por azares del destino, pasó frente a las puertas del Santuario una procesión religiosa popular, acompañada por las notas interpretadas por una banda típica y las descargas producidas por cámaras de pólvora, como una conmovedora muestra más de la riqueza pluricultural de México. No pocos asistentes a la misa de bodas, incluyéndome a mí, salimos un momento al atrio para ver pasar la peregrinación.

Deborah Turbeville, propietaria anterior de la capilla miniatura, nació en la ciudad de Boston, convirtiéndose con los años en una destacada fotógrafa y editora en el campo de la moda.

Se estableció en Nueva York, vivió en San Petersburgo y pasó temporadas en San Miguel de Allende.

Trabajó como fotógrafa de la revista Vogue y como editora de la revista Harper’s Bazaar. Realizó notables series de imágenes para casas de alta costura de la talla de Chanel y Valentino. Alcanzó amplio reconocimiento por las atmósferas llenas de misterio captadas por el lente de su cámara.

La maestra Turbeville adquirió y rescató en la referida ciudad guanajuatense un valioso inmueble construido durante el periodo virreinal, parte integrante del patrimonio arquitectónico e histórico de México. Bautizó la finca como “Casa No Name”, decorándola cuidadosamente para crear en ella un escenario que recuerda los ambientes estéticos generados en su trabajo fotográfico.

Hoy, dicha finca, opera con el mismo nombre como un exclusivo hotel boutique.

Y allí, en una pared de la sala principal de su hogar, Deborah Turbeville colocó la capilla miniatura francesa que da lugar a este texto, como puede apreciarse en la portada y en las páginas del libro “Casa No Name”, publicado en 2009 por la editorial Rizzoli.

La pieza plasma, mediante estructuras de cartón, decoradas con papel multicolor y complementadas con espejos, cortinajes de gasa y algunos objetos de metal entre los que destaca una araña que ilumina la escena, el interior de un templo barroco galo del siglo XVIII. Dentro de la capilla, pequeñas figuras humanas elaboradas con migajón de pan y decoradas con pintura, representan al sacerdote y a los fieles durante la celebración de una Eucaristía. Todo el conjunto está colocado dentro de un caparazón de madera y cristal con diseño de dos aguas.





Según nos cuenta la maestra Turbeville en el texto “Mercado de Pulgas”, que forma parte del citado volumen, una “húmeda mañana de marzo”, en un parisino mercadillo de “bric-à-brac”, ella encontró esta “caja tallada en madera en la forma de una capilla... con una escena interior salida del siglo XVIII... pequeños personajes hechos de pan francés y pintados con sus atuendos de domingo, hincados frente a un altar presidido por un sacerdote”.

La fotógrafa halló el objeto colocado “sobre una rústica mesa... llena de cosas excéntricas”, dentro de un local que semejaba “un pequeño teatro con muñecos de porcelana y marionetas sentadas sobre sillas miniatura”.

“Pasé muchas veces” frente al sitio, nos confiesa la fotógrafa, “hasta que lo encontré libre de clientes”. El “marchand”, acota ella, “tenía la misma atmósfera que su local... un raro y frágil pájaro, perteneciente a otro mundo, bello”.

“La pieza debe ser mía”, dijo ella al propietario del establecimiento. Éste le respondió: “ah... esa..., sí, es un sueño... la compré en un pueblo en el Sur de Francia a una extraña y vieja mujer... había pertenecido a su familia durante años”. Y agregó: “no se la puedo vender... es muy querida para mí y tendría que pedirle una fortuna a un rico anticuario”.

Pero, insistió la artista del lente, “yo he estado obsesionada con ella toda la mañana... es para mi casa en México, sabe usted,... realmente pertenece allí... a mi casa... es la Casa de los Espíritus, Casa No Name”. Vuelva “en dos días, el Lunes”, respondió él. “Y si nadie más ha sido tentado por ella”, será suya.




Deborah regresó el Lunes indicado al establecimiento y compró la miniatura. El propio comerciante la empacó y la llevó hasta el hotel en el que ella se hospedaba. Así, luego de un largo viaje trasatlántico, la capilla francesa arribó a suelo mexicano.

Pero vuelvo a las fechas de mi encuentro con la pieza. A unos cuantos días de mi regreso a casa desde San Miguel de Allende, recibí un correo electrónico de Marina Fernández de Córdova, informándome que la suma del cheque había quedado satisfactoriamente depositada en su cuenta de banco y que, luego de hablar con su amiga, ellas habían resuelto venir juntas en un par de semanas a Texas, pasando por Monterrey a fin entregarme la pieza. Ambas me pedían, como compensación por traerme el objeto, que les cubriera el costo de la gasolina del viaje redondo San Miguel-Laredo-San Miguel. Yo, como es natural, accedí de buena gana, feliz de saber que pronto tendría la capilla en mi hogar.

Quiso la suerte que el día y hora de la escala de las viajeras tuviese yo programado asistir a la junta mensual del Consejo para la Cultura y las Artes, por lo que no pude estar en casa para recibir debidamente a ellas y a la pieza. Pero ambas descansaron un poco en mi hogar tomando café y galletas y la hermosa capilla miniatura francesa arribó sana y salva al valle regiomontano.

A los pocos días de la llegada de tan bello objeto, 3 Museos tenía previsto inaugurar una exposición de juguetes antiguos. De modo que llamé al Museo de Historia Mexicana -donde participo como miembro del Patronato- ofrecí prestar la pieza y, esa misma tarde, ante la premura de tiempo, llevé personalmente la capillita hasta la sede del espacio museístico, feliz de poder compartir con los visitantes de la muestra el disfrute de tan especial miniatura.

Hoy, cinco años más tarde, la encantadora capilla forma parte del acervo de la Fundación Cultural PFGC - Asociada a la Facultad Libre de Derecho de Monterrey.





Mi madre me enseñó a rezar camino al kínder. Aunque, a decir verdad, ella no fue y yo no soy de novenas ni rosarios. Quizá por ello me mostró que la belleza puede conducir a la oración. Eso explica por qué cada mañana, cuando voy a mi trabajo como profesor universitario, contemplo el Cañón de la Huasteca y doy gracias a Dios, a la naturaleza y a mis padres. Y así, ante el esplendor sublime de la sierra, abro mi corazón y mi espíritu a la oración, porque la montaña es templo a cielo abierto.

Monterrey, Nuevo León, México.

17 de septiembre de 2020.