martes, 1 de diciembre de 2020

  La galería Le Laboratoire se complace en presentar { insula }, muestra colectiva que concentra y confronta obras principalmente realizadas durante el periodo de confinamiento. 

La exposición estará abierta, a partir del martes 8 de diciembre, bajo previa cita, respetando las medidas recomendadas por las autoridades sanitarias.



georgina bringas  /  tomas casademunt  /  julien devaux  /  gabriela gutiérrez ovalle

ilan lieberman  /  césar martinez silva  /  mario núñez  /  michael nyman  /  roberto rébora

 manuel rocha iturbide  /  enrique rosas  /  guillermo santamarina  /  roberto turnbull





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La ínsula (o corteza insular) es una estructura del cerebro humano ubicada en la profundidad de la parte lateral del cerebro.  El lóbulo de la ínsula sirve como un centro de red, que integra información a través de subregiones. La ínsula es una de estas subregiónes populares en neurociencia cognitiva, y se ha estudiado su papel en la toma de decisiones, el procesamiento emocional y la atención.



¿Quién es consciente del tumulto interior que surge dentro de nosotros y la explosión de sustancias que nos golpean cuando estamos enfrente de una obra de arte ? Quien realiza que despierta muchos neurotransmisores y analgésicos en nuestro cerebro ?

El informe de la Organización Mundial de la Salud publicado el 11 de noviembre 2019,  basado en las evidencias de más de 900 publicaciones, confirma que el arte puede ser beneficioso para la salud, tanto física como mental. Puede tratar, entre otros cosas, complicados problemas de salud como la diabetes, la obesidad y las enfermedades mentales. Ir a museos y conciertos, bailar, cantar ofrece un factor adicional sobre cómo podemos mejorar la salud física y mental. Se ha descubierto, por ejemplo, que practicar actividades artísticas reduce los efectos secundarios del tratamiento contra el cáncer, entre los que incluyen la somnolencia, la insuficiencia respiratoria y las náuseas.  Se ha demostrado, por otra parte, que bailar proporciona mejoras clínicamente significativas en las funciones motrices para las personas con la enfermedad de Parkinson.          

En su ultimo libro “El Arte que cura”Pierre Lemarquis, neurólogo y experto  en medicina china, analiza los lazos existentes entre el cerebro y el arte, recorriendo tanto los arcanos como los desvíos, ya comprobados, de un placer conocido como "empatía estética”.

En una entrevista al periódico Le Monde del 22 de octubre 2020, Lemarquis afirma: “El cerebro tiene dos funciones. Nos permite seguir vivos y nos da ganas de vivir. Estos dos sistemas son complementarios y necesarios. Una computadora nunca podrá reemplazarlo. Una obra de arte aborda ambas facultades de nuestro cerebro. Ella lo esculpe, mostrándole lo que no sabe. Ella lo acaricia, dándole placer y recompensa. Este fenómeno ha sido ampliamente estudiado en la música, y hemos demostrado que también opera en el campo de las artes visuales.” 

Esta comprobado que al observar una obra de arte que nos “gusta”, el estrés disminuye porque su producción de cortisol (la hormona que se usa para despertarse por la mañana y actuar) disminuye. El corazón late con menos rapidezel cuerpo se relaja, mientras que el cerebro (por placer y recompensa) secreta dopamina (la hormona de la alegría por la vida). Más aún, las endorfinas (que dan la impresión de bienestar) y la oxitocina (hormona del apego y el amor), sobre las cuales se ha demostrado su efecto cuando uno escucha música - podría, por extensión, ser parte del arsenal químico que se despliega en nosotros frente a una obra de arte.

Unos ejemplos: desde el 2018, médicos canadienses aconsejan a sus pacientes que sufren depresión, diabetes o enfermedades crónicas visitar museos y galerías, con fines terapéuticos. Dicha iniciativa, impulsado por el Museo de Bellas Artes de Montréal y la asociación Médicos Francófonos de Canada (MFDC)  le da la posibilidad a los pacientes de visitar gratuitamente dicho museo, con su “receta museal”.  En Paris, algunos médicos del Instituto de Cardiología Pitié-Salpêtrière pueden recetar también visitas a museos.  En el hospital Lyon-Sud, los pacientes que lo deseen pueden elegir una obra para colgarla en su habitación. De la misma manera que un libro puede hacer tanto bien como un antidepresivo, algo a lo que aferrarse en momentos de sufrimiento proporciona el equilibrio necesario para la curación. En la actualidad, varios países están estudiando planes de prescripción artística y social.

Los museos y galerías de arte son espacios privilegiados de la empatía estética, que llevan más allá de sí mismo. "El filosofo alemán Robert Vischer (inventor de la simpatía estética o empatía) explicó el sentimiento que se experimenta frente a una obra”, recuerda Pierre Lemarquis, compartiendo la convicción de que “todo el mundo se convierte en la obra que observa”. Cualquier sea su percepción _sensible, química o cognitiva_ se siente y se experimenta a si mismo.  

En el caso especifico de las artes visuales, Lemarquis afirma que la activación inicial se refiere a la zona posterior del cerebro (lóbulo occipital), que descifra la información visual (forma, colores, etc.). Un área cercana que detecta información "biológica" se activa cuando se trata de arte figurativo: en el caso de la Mona Lisa, nuestros cerebros reaccionan como si nos encontráramos con una Mona Lisa real. Para el arte no figurativo, nuestro cerebro reproduce los gestos del artista, los trazos de un cúter en un lienzo de Lucio Fontana, por ejemplo. 

Cuando volvemos a ver la misma obra, el fenómeno evoluciona: colgado en la pared de nuestra casa, el objeto adquiere una dimensión intima; después de la seducción (o del temblor interior) inicial, se instala cierto apego y te conviertes un poco en la obra con la que vives, que se transforma a su imagen (y viceversa). Muchos mensajes pueden descodificarse sin llegar necesariamente a la conciencia. Lo que circula entre el espectador y la obra es lo esencial y constituye la esencia misma del camino. 

“En este período de encierro en particular, _dice Lemarquis_ el cerebro recibe bien la información, pero de forma atenuada como en una comunicación a distancia (¡o en caso de distanciamiento social!). Tienes que confiar en tu imaginación y tus recuerdos para que surjan nuevas historias, para que un nuevo Decameron emerja del confinamiento, como durante la Peste Negra en Florencia alrededor de 1350.“



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